El hombre de jengibre
Había una vez un viejillo y una viejilla que vivían en una casilla en el límite del bosque. Habrían sido felices y comido perdices si no fuera porque no tenían niñillos... y los deseaban de verdad, pero claro, a su edad ya era imposible .
Un día, cuando la viejilla estaba horneando galletas de jengibre, decidió cortar la masa con la forma de un niño y ponerlo en el horno
Cuando sonó el reloj indicando que el tiempo de cocción había terminado, la viejilla fue a ver si la masa había subido, pero tan pronto como abrió la puerta del horno, el Chico de Jengibre salió de él corriendo a toda velocidad.
La viejilla no sabía muy bien por qué corría el Hombrecillo de Jengibre, asi que llamó a su esposo, los dos cogieron sus andadores y se echaron a correr tras el Chico de Jengibre. Pero a pesar de ser los ancianos más rápidos de su barrio en las carreras con andador, no pudieron alcanzar al Hombre de Jengibre.
Con la carrera que se pegó el dulce, pronto llegó a un granero donde trabajaban unos hombres. El Chico de Jengibre les chilló sin parar de correr:
"He huído de una viejilla, he huído de un viejillo, ¡y también puedo huír de vosotros!"
Los trilladores entendieron la frase absurda del ser de jengibre como un desafío, y como todos eran muy chulos y muy peleones, se pusieron a correr tras el Chico de Jengibre, pero por mucho que corrieron no le alcanzaron. El chico siguió corriendo hasta que llegó a un campo lleno de segadores trabajando. El jóven galleta chilló:
"He huído de una viejilla, he huído de un viejillo, he huído de un granero lleno de trilladores, ¡y también puedo huír de vosotros!"
Los segadores que tenían muy pocas ganas de trabajar y sí muchas ganas de callarle la boca al jengibre corredor, se echaron a la carrera, pero tampoco le pudieron alcanzar. El chico siguió con sus prisas y llegó hasta un prado donde había una vaca que estaba pastando tan ricamente. El chico dulce le chilló a ésta también:
"He huído de una viejilla, he huído de un viejillo, he huído de un granero lleno de trilladores, he huído de un campo lleno de segadores, ¡y también puedo huír de ti!"
Pero aunque la vaca corrió todo lo que pudo (que no era mucho porque temía vomitar el pasto que estaba comiendo) no logró alcanzarle. El maratoniano siguió corriendo y se encontró con un cerdo que se revolcaba en el barro y le gritó:
"He huído de una viejilla, he huído de un viejillo, he huído de un granero lleno de trilladores, he huído de un campo lleno de segadores, he huído de una vaca tragona, ¡y también puedo huír de ti!"
El cerdo también se picó con la impertinencia del chico y salió tras él, pero tampoco le pudo alcanzar. Y entonces el corredor obsesivo se encontró con un zorro y a éste le chilló también:
"He huído de una viejilla, he huído de un viejillo, he huído de un granero lleno de trilladores, he huído de un campo lleno de segadores, he huído de una vaca tragona y de un cerdo cochino, ¡y también puedo huír de ti!"
"¿Cómo dices, galleta? No te oigo bien" - dijo el zorro - "¿Por qué no te acercas un poco y me lo repites? Es que estás un poco lejos".
El Hombre de Jengibre se acercó al zorro y le volvió a decir:
"Nada, aun no te oigo bien, que has huído ¿de qué?"
El jengibre se acercó aun mas: "Que digo que he huído...."
"Chico, como no vengas más cerca no te voy a entender. ¿Por qué no vienes aquí a mi lado?"
El galleto, que corriendo no tenía precio pero que de cerebro andaba un poco escaso, se fue al lado del zorro para repetirle su frase célebre: "Te decía que he huído..." Y antes de que pudiera acabar su frase el zorro se lo empezó a comer. Y el Chico de Jengibre dijo: "¡Oh! Ya sólo queda la mitad de mí." Y después: "¡Oh! Ya sólo queda un cuarto de mí." Y al final: "¡Oh! Ya no queda nada de mí."
Y el Chico de Jengibre ya no habló nunca más.