La Muchacha Misteriosa

En las partes rurales de Texas, Nuevo México, Colorado, y Utah, cuando una persona se ve a una persona hacer autostop, no es raro que alguien diga, “Tal vez quiera ir al baile.”   ¿Por qué dicen eso?  Pues, deja contarte algo que pasó hace varios años...

 
Imagínate que había una tormenta en una noche oscura y triste de sábado en Nuevo México.  Un joven soldado, que acabó de regresar a su casa del servicio militar, iba manejando su viejo Chevy desgastado, cuando vio a una joven que pidió un aventón.


El soldado paró su coche y le preguntó, ¨¿Adónde vas?”

Ella dijo, “Hay un baile en el pueblo.  ¿Puede darme un aventón?”

Como el joven no sintió ninguna aprehensión, decidió darle un aventón. 

Entonces, le dijo, "¡Por supuesto!"  y abrió la puerta de su coche para la muchacha.

 

Camino al pueblo, la muchacha no habló mucho, pero dijo, "Me llamo Crucita Delgado."  El joven quedaba fascinado con la hermosa muchacha.

 
Cuando llegaron al baile la gente tenía mucha curiosidad.  Todos conocían bien al joven soldado, pero nadie conocía a la muchacha.  Ella era tan hermosa como misteriosa.  Tenía la cara pálida y llevaba su largo pelo negro en un moño, estilo victoriano.  En efecto, todo su vestir parecía victoriano:  su vestido largo y negro con florecitas de color rosa y azules, su cuello alto, decorado con encaje blanco.  Sobre el encaje llevaba un broche camafeo.  También las medias y los zapatos parecían ser de principios del siglo. 

 

El soldado la sacó a bailar pero la música era demasiado rápida y ruidosa para ella.  Después de sólo unas cuantas vueltas rápidas, la pobre mujer se cayó al suelo.  La gente quería contener la risa pero les fue imposible.  Muy avergonzada, Crucita empezó a llorar.  Las lágrimas corrieron sobre las pálidas mejillas de la muchacha.  El soldado trató de consolarla, pero estaba muy desconcertada. 

 

Después de un rato, la música empezó de nuevo.  Esta vez, era música mexicana.  Crucita conocía bien estos bailes y en muy poco tiempo se convirtió en la mujer más bella del baile.  Toda la gente la miró  con admiración.  Demasiado pronto terminó la música y era hora de ir a casa.  Al salir del baile, el soldado puso su chaqueta militar sobre los hombros de Crucita.  Él está decidido que quería mucho verla otra vez.  La encontró encantadora. 

 

Al final del baile, el joven ofreció llevarla a su casa.  "Déjame llevarte a casa," le dijo el soldado.

Pero ella insistió en bajarse del coche allá donde él la recogió.  "No, por favor, déjame aquí," le dijo.

Entonces, para tener buena excusa para volver a verla, el joven soldado le insistió, "Pues, guarda mi chaqueta militar hasta la mañana."  Ella respondió, "Vale, gracias!"   

 

Por la mañana, bien temprano, el joven se subió al viejo Chevy y volvió al sitio donde dejó a Crucita.  Allí sigue una vereda que condujo a una casa de adobe abandonada.  Llamó a la puerta varias veces y por fin una viejita contestó.  El joven le habló del baile de la noche anterior.  La viejita se asustó y le dijo, “No es posible.  ¡Váyase!”  Y ella empezó de cerrar la puerta.  Pero el soldado siguió insistiendo,  "No, por favor, Señora, ¡necesito verla otra vez!" Por fin, ella le dijo, “Bueno, venga.  Sígame”. 

 

Y la viejita le condujo al cementerio, donde le mostró una tumba.  Y allí, colgada sobre una lápida, vio su chaqueta militar.  Cuando recogió su chaqueta, pudo leer la inscripción en la lápida: 

            CRUCITA DELGADO, 1878 – 1897,  "Que Su Alma Alcance la Paz Eterna". 

En ese instante, el soldado se dio cuenta que la noche anterior había bailado con un bulto.

 


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