-¿Cambiamos? -propuso
un día la princesa Pelibraz
a su hermano Barbadulce.
-Vale -respondió
este último-.
Y el primero que se rinda, pierde.
Desde entonces, el príncipe Barbadulce ocupó el
lugar de la princesa Pelibraz
y
viceversa.
Con
el tiempo, la voz de Barbadulce se fue haciendo
más grave, su barba creció y creció y
ya no le
servía ninguno de sus vestidos.
Mal
perdedor, no quería darse por vencido.
Hizo
venir al mejor modisto de París para que le hiciera
ropa a medida. Se hizo trenzar la barba y el bigote.
Desde entonces, el
juego continúa.
Conocida
también como la princesa
Barbuda.
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